JAPON, VIVIR EL PRESENTE
En ocasiones parece imposible vivir el presente sin divagar constantemente entre los recuerdos de las experiencias vividas y los planes de futuro. Es como si la mente actuase como un caballo salvaje corriendo libremente de aquí para allá. Cuando por fin conseguimos pararlo y enfocarlo en aquello en lo que necesitamos estar concentrados, a la mínima que nos despistamos, vuelve a rebelarse y se lanza de nuevo a correr en la dirección que le venga en gana.
Cuando estamos presentes se nota. Los resultados de nuestras acciones siempre son mejores. No hay nada como concentrarse al 100% para sacarle partido al potencial que llevamos dentro. Disponemos de una máquina increíble, capaz de lograr cosas que aparentemente parecen imposibles. Pero no podemos pilotarla bien si nos distraemos mirando por la ventanilla cada cinco minutos.
Uno de los mejores métodos que conozco para aprender a domar la mente, a parte de la meditación, es un ejercicio enfocado a realizar un esfuerzo de concentración que nos permita vivir el presente con mayor intensidad. A través de su práctica continua, es posible conseguir estar más tiempo en el aquí y ahora.
Un ejercicio para vivir el presente
El ejercicio consiste en que cada vez que seamos conscientes de que estamos divagando, repitamos la frase “Estoy aquí y ahora”, para acto seguido, enumerar mentalmente todo lo que estamos haciendo, lo que sucede a nuestro alrededor, los sonidos que escuchamos, las sensaciones que sentimos, etc. Es como si intentáramos capturar el momento presente y lo relatáramos en voz alta. Se trata de un ejercicio que comparte muchas similitudes con la contemplación, pero con algunos matices que lo hacen diferente.
El momento presente en la ceremonia Shado
En Japón tienen muy perfeccionada su capacidad de hacer las cosas al 100%. Lo he visto en muchos contextos, pero quizás el que más me impresiona de todos es el que se produce cuando un artesano del té realiza la ceremonia Shado y prepara el matcha. Los huéspedes se sientan frente al maestro y se centran en disfrutar de la elegancia con la que ejecuta cada paso de la ceremonia. Todos los movimientos que efectúa son perfectos, tanto en velocidad como en estética. En la ceremonia del té no hay nada dejado al azar. El estilo con el que abren la puerta de la habitación, el número de pasos que dan hasta que se arrodillan en el suelo de tatami en posición seiza, cómo cogen la taza, la forma en la que vierten en agua, e incluso su elegancia a la hora de ofrecer el té a los huéspedes mientras estos le hacen una reverencia. Una coreografía elaborada para inducir tanto al maestro como a sus invitados a estar allí y solo allí. No existe nada más que la ceremonia. Es justo en este tipo de situaciones cuando entiendes lo bonito que puede ser vivir el presente y lo mucho que los pequeños placeres de la vida pueden llegar a regalarnos.